La Revolución Acelerada de Nicolás Maduro (parte 2)

El Presidente de Venezuela ha superado tácticamente a sus oponentes. ¿Puede sobrevivir a una economía en caída libre?

De The New Yorker, 11 de diciembre 2017

Por Jon Lee Anderson

Traducido por Pedro Mora Madriñán

171211_r31083
Ilustración de Edel Rodríguez para The New Yorker

El día después del discurso, Maduro me recibió en su oficina Presidencial, dándome palmadas en la espalda y riendo––un saludo característico, suministrado con una desenvoltura física que recuerda a la de Hugo Chávez. La oficina estaba vistosamente decorada, con tapetes rojos, paneles de pared delicadamente pintados, e imponentes retratos de Bolívar. Maduro me dirigió a una vitrina de vidrio y sacó una espada. Sosteniéndola en alto, dijo, “Esta espada fue usada por el Libertador mismo en la Batalla de Carabobo.” La batalla, disputada entre los partidarios de Bolívar y las tropas españolas en junio de 1821, fue la victoria crucial en la guerra de independencia de Venezuela.

Al otro lado de la sala había un refinado escritorio de madera con tres lujosas sillas blancas, cada una con una tarjeta fijada en el cabezal acolchado. La del centro llevaba el nombre de Chávez, la de la izquierda llevaba el de Maduro, y la de la derecha llevaba el nombre de Diosdado Cabello, un oficial del ejercito que había sido su rival por la aprobación de Chávez. Estas eran las sillas, Maduro me dijo, que Chávez usó durante su “último discurso a la nación,” el 8 de diciembre de 2012. Parado tras las sillas, con su mano sobre la que había usado Chávez, Maduro dijo que las había dejado exactamente como estaban, para preservar “el momento de historia.”

En el momento del discurso, Chávez estaba lidiando con un cáncer, y, aunque se había declarado “curado” después de haber recibido tratamiento médico en Cuba, su enfermedad había vuelto. Durante una transmisión televisiva, Chávez declaró que había escogido a Maduro, un ferviente seguidor, como su sucesor. Madura estaba sentado a su lado, abrumado de dolor. Después, Chávez volvió a Cuba, y nunca más fue visto en público; su muerte fue anunciada cuatro meses más tarde.

Maduro no era un líder natural, pero había estado inmerso en las ideas de la revolución desde la infancia. Nació en un barrio de clase obrera de Caracas en 1962, un tiempo en el que la izquierda venezolana estaba entrelazada con la contracultura. Maduro ha dicho que él era «un poco hippie.» Montaba (y estrellaba) motocicletas, tocaba en una banda inspirada por Led Zeppelin y John Lennon, y estudió las enseñanzas del místico indio Sai Baba, quien incitaba a sus seguidores a «dejar que el amor fluya y purifique al mundo.» En política, Maduro era más duro. Su padre había sido un sindicalista de izquierda, y, a los doce años, Maduro se unió a la unión estudiantil, en dónde fue empezó a ser conocido como un partidario declarado. Dejó el colegio poco después, y se unió al grupo de izquierda la Liga Socialista, cuyo eslogan era «el Socialismo se conquista peleando.» En los años setenta y ochenta, el grupo cometió varios actos de guerra de guerrillas, incluyendo, en 1976, el secuestro de un empresario estadounidense llamado William Niehous, quien estuvo detenido en una cabaña en la selva por más de tres años hasta que fue rescatado por la policía rural.

A los veintitrés, Maduro viajó a La Habana, para asistir a la escuela Julio Antonio Mella, un programa de entrenamiento político dirigido por la Unión de Jóvenes Comunistas de Cuba. De vuelta en Caracas, pasó siete años como conductor de bus para el sistema de metro de Caracas y se volvió el líder de su sindicato de conductores. En su tiempo libre, trabajó con la Liga Socialista, y estaba cada vez más dedicado a Chávez, a quien veía como una nueva encarnación de los ideales revolucionarios de Simón Bolívar. «La revolución venezolana no es importada de otro lado,» me dijo. «Tiene sus raíces en nuestra propia historia.» Explicó que los gobiernos del siglo veinte habían vivido a costa de los ingresos del país por el petróleo y que no lo habían invertido en sus habitantes. «Venezuela se estableció como el país más injusto de todos,» dijo. «Chávez, sin ninguna duda, fue el líder más grande del país desde los tiempos de los libertadores. Él recuperó los conceptos de Bolívar de libertad e igualdad.»

En febrero de 1992, Chávez lanzó un intento de golpe de estado, que fracasó a la entrada de Miraflores, cuando un equipo enviado para matar al Presidente fue capturado por las fuerzas militares. Chávez fue encarcelado, y Maduro se dedicó a tratar de liberarlo. (También empezó un romance con Cilia Flores, una de las abogadas de Chávez, con quien luego se casó.) En diciembre de 1993, Maduro fue con un grupo de jóvenes compañeros a visitar a Chávez en la prisión, a pocas horas de Caracas. Recordó en una entrevista con la televisión estatal que la celda de Chávez estaba al fondo de un largo pasillo, y que mientras se acercaba se escuchaba sólo una voz: la del comandante, hablando y riendo. Chávez invitó a sus jóvenes acólitos a entrar, les ofreció comida, y habló durante horas sobre el futuro del movimiento. Maduro recordó preguntar qué estrategia seguir. «Él empezó a hablar, cincuenta minutos sin parar,» dijo. «Sobre las fuerzas acumulándose en la calle, las fuerzas populares acumulándose, la construcción de . . . todo.» Chávez habló de la posibilidad de acción transformadora, Maduro recordó: «Él dijo, ‘Una nueva insurrección militar.’ Y todos nuestros corazones empezaron a latir más rápido.» Antes de que los visitantes se fueran, Chávez designó a Maduro como el líder de su grupo, y le dio un nombre en clave: Verde. Para cuando Chávez fue liberado, en 1994, Maduro se había vuelto uno de sus ayudantes más confiables.

Los colaboradores de Chávez eran distinguidos más que todo por su fidelidad, y Maduro era tal vez el más fiel de todos ellos. Después de que Chávez fue elegido Presidente, en 1998, Maduro se desempeñó como ministro del exterior y después como vicepresidente, trabajando con Chávez mientras él definía su filosofía política. En esos días, Chávez era flexible ideológicamente, interesado en ideas de izquierda pero también en la «tercera vía» defendida por Bill Clinton y Tony Blair. Con el tiempo, se volvió más cercano a Fidel Castro, a quien consideraba una figura paterna, y definió un programa al que llamó «socialismo del siglo veintiuno.» Puso a Venezuela en la órbita de Cuba, intercambiando dinero y petróleo subsidiado por decenas de miles de doctores cubanos, profesores, y asesores.

En 2002, un golpe militar apoyado por los Estados Unidos destituyó a Chávez por poco tiempo, y un empresario llamado Pedro Carmona celebró una conferencia de prensa en el Salón de Ayacucho para proclamarse como el nuevo dirigente del país. Tres días después, Chávez reasumió el poder, y dio su propio discurso en la misma sala para anunciar su regreso. Por más de una década a partir de entonces, su Partido Socialista Unido de Venezuela, o P.S.U.V., dominó la política del país. Durante esos años, el mercado petrolero estaba en auge, y las reservas de Venezuela––las más grandes del mundo––suministraron al régimen de Chávez con hasta un billón de dólares en divisas. Con esta bonanza, Chávez apoyó una alianza regional de gobiernos amistosos––una «marea rosa» de gobiernos latinoamericanos de izquierda. Chávez viajo alrededor del mundo en su avión presidencial, dando discursos, repartiendo generosidad,  financiando campañas políticas, y promoviendo la idea de un mundo multipolar en el que Estados Unidos no era el único líder. Se hizo amigo de los enemigos de Norteamérica, desde Saddam Hussein hasta Vladimir Putin, Mahmoud Ahmadinejad, y Muammar Qaddafi, y se deleitaba en burlarse de George W. Bush, a quien llamaba Mr. Danger en sus transmisiones semanales de televisión.

En el funeral de Chávez, su cuerpo yacía en un ataúd abierto, y miles de venezolanos se congregaron para lamentarse. Ahmadinejad vino desde Irán y besó el ataúd con lágrimas en los ojos. Castro estaba muy viejo y débil para viajar, pero, mientras hablaba de su querido amigo y protegido en un evento en La Havana, comenzó a llorar––una demostración de emoción indisimulada que pocos cubanos habían presenciado. Junto con Chávez, claramente, algo más estaba muriendo. La marea rosa empezó a retirarse, mientras líderes de izquierda fueron removidos del poder en Brasil y Argentina.

Un mes después del funeral, Maduro se presentó a las elecciones presidenciales, contra el político de oposición Henrique Capriles. Ganó, pero tan sólo por uno por ciento del voto; en las elecciones pasadas, en 2012, Chávez había vencido a Capriles por once puntos. En la presidencia, Maduro era torpe y compungido, compensando por su débil mandato invocando a Chávez constantemente, a quien se refería como a su «padre». En un punto, le dijo a una multitud que Chávez había venido a él como un espíritu, en la forma de «un pajarito chiquitico.» Fue ampliamente ridiculizado, y sus críticos comenzaron a llamarlo Maburro.

Maduro carecía del carisma de su predecesor, y, aun peor, carecía de su dinero. Poco después de asumir el cargo, el precio del petróleo––que le proporciona al gobierno de Venezuela un noventa-y-cinco por ciento de su ingreso en divisas–– empezó a caer en picada. La economía se salió de control, con un fuerte aumento en la inflación y una escasez de alimentos cada vez más profunda; cuando algunos venezolanos  empezaron a morir por falta de comida y de medicina, el descontento público incrementó. Los altos niveles de violencia criminal empeoraron aun más, y el año pasado la tasa de homicidios estaba entre las más altas del mundo. En las elecciones legislativas en diciembre de 2015, la oposición derrotó al P.S.U.V. de forma aplastante, poniendo a los chavistas en la minoría por la primera vez en dieciséis años. Su primer acto fue de sacar ostentosamente los retratos de Chávez y de Bolívar de las paredes de la Asamblea Nacional.

Maduro comenzó a encarcelar a sus oponentes políticos, y se comprometió a derrotar a sus enemigos por cualquier medio disponible. En su oficina, Maduro me dijo que su intransigencia era una cuestión de necesidad histórica. La revolución había sido poco severa hasta entonces, pero era hora de que  los «contra-revolucionarios» fueran tratados «con justicia y firmeza.» Reconoció que no era fácil para extranjeros entender lo que estaba pasando en Venezuela. «Esto es una revolución,» dijo. «Y estamos en medio de una aceleración del proceso revolucionario.»

Deja un comentario